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Diez picaportes

El avión volvía de Río cada tarde de cada martes en que Adriana levantaba la vista al cielo e imaginaba el color del viento de sus alas. Julia nos contó la historia de los ojos que esperaban verlo pasar rumbo a Santiago para descifrar el túnel del tiempo que le habían inventado el encierro. Cuando se le acabaron los barrotes, los dedos, las piedras submarinas de la celda y los huesos de terodáctilo de la cena, empezó a contar las veces que el avión sobrevolaba su Alcatraz privado para sumar las semanas de su condena. Llegaron a ser 93. Desarrolló la cualidad para asomarse con sorprendente precisión a la ventana a eso de las cinco, hora paraguaya, para recitarle palabras al cielo.

Adriana, al mismo tiempo, imaginaba los hilos de sal que desprendían las butacas y la arena movediza de las sirenas de Guanabara, el rubor de Copacabana en los zapatos de tacón y la áspera soledad de las trompas de la Atlántida, el genocidio dulce del poeta cimarrón y la adolescencia tímida de la riqueza barata, las glotonas braguetas de los turistas medievales y la mansa y tierna hoguera del amor crucificado. Adriana hacía pasos cortos en las baldosas degolladas del centro y procuraba saludar a ocasionales conocidos y al mismo tiempo levantaba la mirada a su misterioso visitante.

Nunca le falló. Todavía cruza el cielo de La Rioja y Adriana esconde su fanática erudición a su vuelo misterioso. Tiene más vergüenza que miedo de recordar más que adivinar que la línea de nubes que dibuja su avión es la única ruta posible para volver a verlo. Guarda la esperanza bajo diez picaportes y sueña con la vez que sus ojos alcancen 10000 metros y se crucen con los ojos del pasajero que viaja en la segunda fila de la clase económica. Las salas de espera están llenas de aeropuertos.

El gatillo de la realidad

– Tengo más hambre que el Chaco.

Lo dijo en una fiesta porque la comida demoraba. Yo jamás habría imaginado que podría tener esa sensibilidad, el carisma de alguien que conoce a la realidad de raíz. Siempre lo había creído un idiota bueno, de esos estúpidos que no le hacen mal a nadie con su ignorancia, pero molestan de vez en cuando porque viven de ideas de mal gusto, torpes, indecentes.

La frase fue un chiste y me agarró desprevenido. Fue una broma espantosa, trágica, una comedia fría del mundo ajeno.

Los chistes, por brutos que sean y por infinitamente cuervos que nos hagan sentir, revelan el lado más cruel pero a la vez más real del mundo. Son un bocado difícil de masticar, pero inspiran los sentidos del alma.

Para que M, el autor de la frase, pudiera decirla, tuvo primero que conocer de alguna manera el dolor del Chaco, el barro de sus pies, la indigestión de su garganta, la trampa de la Historia.

M me tomó por sorpresa y me apuntó con la realidad. Pero, de alguna manera, por helado, estéril o filoso que sean las máscaras; perdonan, irremediablemente, al que las usa.

Hoy no voy a poner punto final

La lógica de la ensalada

Creo que escribo para Stella, una amiga de la facultad. Se me acaba de ocurrir y me pincha el sueño. No me deja dormir. Es una idea rara para el lector antiguo, el de papel, que cambia con vorágine de libro como a su conciencia y a su bolsillo se le ocurren. Un redactor con un público unipersonal le debe sonar imposible, pero ese creo ser yo.

Escribo en papel pero también, desde hace poco, en internet. Me obligaron de la cátedra de Nuevas Tecnologías con la amenaza viva de un aplazo. Yo obedecí y lo que al principio no me gustaba me obsesionó después. Casi he dejado de escribir ficción para dedicarme a pleno a la redacción online: Un formato exótico y rabioso de la literatura escrita a mano donde el collage es la regla. Las manchas de letras son amputadas por fotos, videos, subtítulos, links y espacios matemáticamente calculados por estudiosos en la materia.

Dicen que la gente (la gente dicen), cada vez lee menos, por eso hay que ofrecerle menos y ponerle decorados lo más divertidos posibles. (¿Ven que fácil?). Y cuando no quiera nada, hay que darle nada y sentarse a esperar que la pensión osada de la vejez organice la revolución.

Siento un vacío elemental en el mundo digital. Todo me parece efímero y no me gusta (porque no me acostumbro) fragmentar las sopas de letras en pos de una pretendida sociedad que reniega del mundo real.  Siento, también, que la internet sufre de soberbia intelectual, (si hasta Word me obliga a escribirla con i mayúscula). Es un animal que subestima al lector promedio; el mismo que superó las infinitas revoluciones del siglo pasado y volvió, fiel y enamorado, a las páginas concretas de los diarios, revistas y libros.

Cada vez que escribo con más tenacidad, más pegado a las reglas de la web, me pregunto si no estoy siendo desleal con ese buen lector, (el tipo numerado en las estadísticas), que cree ciegamente en el escritor despeinado en los suburbios de las redacciones que se come las uñas y escribe desbordado con el reloj pisándole los talones. Por ese buen lector es que vuelvo, sin remedio, a creer que la poesía del papel, (el rigor de su superficie y la monotonía de sus colores), guarda una nobleza histórica, casi familiar, de la que la internet carece en buena medida. ¿Cómo enamorarse de lo que puede desaparecer del día a la mañana, al alcance de un botón?

Yo bien sé que el cambio supone romper con lo viejo, pero no necesariamente obliga a suprimirlo. Quiero escribir para la web como escribo en el papel, porque el buen lector sabe que en algún lugar hay, como él, un melancólico conservador.

Me di cuenta que escribo para Stella, una amiga que sigue mi blog con una fe incorruptible, porque no sólo es la primera que dejó una firma (una de las únicas dos), sino que además me infunde la dudosa esperanza de que escribo para alguien. Sino fuera por ella es probable que mi inconsciente hubiera vencido a mi voluntad y que mi joven blog se convirtiera en un desierto helado. Pero nadie merece morir joven, así que me prometí escribir aunque más no fuera para una sola persona en el mundo.

Esa es mi buena razón para mantener vivo a mi primer experimento web y a aceptarlo a pesar de sus espantosos defectos, aunque me niegue a aceptar por las buenas o las malas las exigencias de la redacción online.  

Me pasa que los colores, instrumentos multiétnicos y demás accesorios de parque de diversiones terminaron por volverme loco. Como remedio, cada vez que escribo para web uso la lógica de la ensalada: Cortar, condimentar, mezclar hasta que quede bien enredado; pero no va conmigo. No me acostumbro y me persigue el zombi iletrado del bochazo (día y noche).

Hoy, sin embargo, voy a gritar libertad. Este es el post número 8, el último obligatorio y por eso, (y porque me inspiró el anarquismo), voy a empezar a escribir a la vieja usanza: Un chorizo noble de palabras. [Lectura lineal, dicen los cibernautas en sus naves espaciales]. Si es por mí, el lector que se canse puede volver cuando quiera. Le dejo la puerta abierta. Porque el buen lector siempre vuelve.

Toma(II)

Alrededor de 1.500 personas marcharon hacia Casa de Gobierno el miércoles pasado (13/oct) en rechazo al anteproyecto de la nueva Ley de Educación Provincial y mejoras en la infraestructura de los colegios. La manifestación comenzó pasadas las 17 en Colón y Cañada, y avanzó por General Paz hacia Plaza España.

El grupo se componía por estudiantes secundarios, terciarios, universitarios, colectivos de docentes, familiares y organizaciones políticas como el Partido Obrero, el Partido de los Trabajadores Socialistas, Nueva Izquierda, el Movimiento Socialista de los Trabajadores, la Izquierda Socialista y Proyecto Sur. Los alumnos congregados pertenecían a los secundarios Alejandro Carbó, Garzón Agulla, Dante Alighieri, Trettel, Simón Bolivar, Instituto Educativo Córdoba, San José, Francisco Pablo de Mauro y Manuel Belgrano.

Tomas

Ya son 13 los establecimientos tomados por los alumnos: Ipem 268 «Deán Funes», Ipem 136 «Alfredo Palacios», Alejandro Carbó, Jerónimo Luis de Cabrera, Garzón Agulla, el San José (privado), el Ipem 92 Quintas de Argüello, la Escuela preuniversitaria Manuel Belgrano, el Ipem 270 Manuel Belgrano, Instituto de Educación Córdoba (IEC), Ipem 249 Nicolás Copérnico, Ipem 16 de Villa Cornú y el Colegio Marina Waissman (sobre Sagrada Familia, al lado del Parque de las Naciones).

Además, se plegaron a la modalidad de protesta los terciarios Figueroa Alcorta y la escuela de teatro Roberto Arlt; mientras que estudiantes universitarios tomaron Casa Verde y el pabellón Francia Anexo, de la Facultad de Filosfía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Palabra oficial

El Gobierno provincial ofreció públicamente abrir el debate de la reforma de la Ley de Educación en las escuelas. La condición es que se levanten las protestas. Sin embargo, algunos dirigentes estudiantiles culparon al ministro de educación Grahovac de realizar maniobrar para dividir al movimiento de los estudiantes.

No tener voz

Me piden una noticia pero la cosa se me hace difícil. Camino el otro día a mi departamento y me cruzo en la esquina frente al Arzobispado de Córdoba a un grupo de personas que cantan y hacen ruido. Reclama la puesta en vigencia del proyecto de ley por el aborto legal, libre y gratuito.

¿Entienden lo difícil del tema?. Hay cuestiones rabiosas, con muchos dientes, que muerden fuerte sino se las trata con cuidado. El periodista se enfrenta a una difícil misión: tratar de meter de encerrar a un elefante en un bazar. Sabemos lo que pasaría. Esa es mi situación ahora. Quiero jugar con las cartas en la mesa, aún a riesgo de revelar mi lado más bruto. A veces el afán de distancia moral nos convierte en charlatanes mediáticos, en tipos que bajan la cabeza y escriben desganados lo que no creen, no sienten, no entienden. Vivir prisionero de una utopía es algo incómodo. Se oculta detrás de la inmaculada objetividad el cobarde mentiroso.

Lo digo sin vueltas

Estoy en contra del aborto por asesino. La Ley contempla las circunstancias excepcionales de riesgo para la madre. ¿Existe otra causa que haga de la muerte de un ser humano, embrión humano, célula humana, molécula humana, cuanta versión de humanidad se les ocurra, menos terrible?. Dirán que un hombre joven, ciego a veces, nunca podría sentir el terror, la culpa, la saña que esgrime el discurso fuerte y sus perros guardianes, los medios, contra las mujeres que presas del miedo deciden abortar. Trato de entender su pena y al mismo tiempo descubrir una solución que no mate, no importa si el embrión todavía se parece más a una rana que a una persona entera. Cualquiera de nosotros (ustedes, los que reclaman, también) podrían no estar si ese derecho que exigen como privado lo hubieran ejercido sus madres. ¿Podemos decidir sobre la vida de otra persona?. El que está en la panza es el único que no tiene voz para decir lo que piensa, ¿o es que nadie lo escucha?.

Hoy no cumplí la consigna, pido perdón. Para remediar mi impulso anárquico y para equilibrar la balanza, voy a citar palabras de Laura Vilches, docente y dirigente de Pan y Rosas, una organización que pide el derecho al aborto legal. Y el que quiera tirar la primera piedra, será un honor recibirla si el pecado que se me acusa es el de decir lo que pienso.

Laura Vilches dijo: “Estamos acá exigiendo la separación de la Iglesia y el Estado ya que esta reaccionaria institución ante la cual nos manifestamos, sigue hablando de defensa de la vida y de defender la moral y los valores cuando mantiene entre sus filas al cura Grassi, condenado por abuso o al genocida Von Wernich. Es completamente hipócrita que mientras más de 500 mujeres pobres y trabajadoras mueren al año por abortos clandestinos, el gobierno de Cristina Fernández, se diga defensora de los DDHH y hable en nombre de las mujeres»…

Los sueños no tienen control remoto

 A Jorge Julio López, desaparecido por segunda vez el 18 de septiembre de 2006.

Alguien en algún programa preguntó a cámara, directamente a los ojos: ¿Dónde está Coki?. Me sorprendió, conmovido, la pregunta. Sentí como un hormigueo inicial, una fuerte contorsión y una patada que movió en mí un sentimiento que hacía tiempo había dejado de ensayar. Es así de raro cómo recuperé, en un segundo, mi memoria histórica. Me pasó un par de veces antes, como con la tapa de Barcelona del 4 de junio de 2010: “Los grandes ausentes también alientan a la selección en el mundial de Sudáfrica”. Aparecían Cambiasso, el Pupi Zanetti, Jorge Julio López y un pibe desaparecido en algún lugar de la República de los colores del cielo. Me acordé de Julio y del pibe en esa oportunidad. Hasta hice un chiste negro en una exótica reunión de amigos sobre la ausencia de López a la fiesta (¡nadie lo invitó! – posterior aclaración pública de la identidad de la víctima del chiste – 0 risas – Bueno, por lo menos me acuerdo). Ahora me vengo a dar cuenta que la amante federal ha abandonado hace días su número en el circo de las sonrisas digitales. Mi tristeza no fue menor: Otra vez el Dios Raiting había hundido a un caudillo del interior.

Pienso de vez en cuando que me pongo paranoico y que soy el único, de verdad, que ve fantasmas televisivos deambulando por pasillos imaginarios. Quiero convencerme que estoy loco y poder así dormir tranquilo. Muchas veces funciona. Pregunto al aire, desesperado: ¿¡Dónde está Laurita, las mellizas Bocabella y la Tota Santillán, ex Casanova, delirante inspirador de las novelitas de la tarde!?, ¿¡dónde estará el chocolatero en cinco años!?, ¿¡!dónde está Coki?, ¿¡dónde Sofía Herrera!?.

Otras veces me pasa, sin embargo, (como éstas), lo contrario: a mis sueños llegan rostros que esperaba olvidar y me despierto agitado por la sorpresa. Todavía dormido, manoteo al aire en busca de un control remoto que me permita cambiar de canal pero me gana la tediosa marca de la realidad. Los desaparecidos se me aparecen, dispuestos a no dar un solo paso atrás. Quizás por eso la televisión le teme tanto a la imaginación. En los sueños no se puede hacer zapping.

Monos con anteojos

Muerdo un pedazo de milanesa una de estas noches y la televisión me atraganta. Escucho a Martín Caparrós en un informe de 678… Sí, miro 678 y no soy oficialista ni un adicto K, sólo adhiero a muchas de sus políticas de Gobierno, ni tampoco soy un opositor adicto a la praxis opositora que en su obsesión destituyente pacta con el sector más basura y asesino de la historia argentina… Decía que la razón de mi congestión aperitiva había sido provocada por una declaración de Caparrós: «Se habla mucho de los derechos humanos del año `76 o `78, se hace mucho menos con los derechos humanos del año 2010». Si no me perdí de nada, Caparrós quiere decir que los derechos humanos tienen algo así como un año de nacimiento, o fabricación, un período de vida útil en el mercado, luego del cual expiran o se vencen. Muertos y enterrados la final de su existencia, se los comen los gusanos.

Enterrar el pasado

Es una curiosa forma de entender la (desgarradora) duda de una madre que todavía se pregunta si en algún lugar su hijo come, duerme, sueña, si tiene señal para ver los partidos de Racing. El Sr. Caparrós dice que este Gobierno peca por omisión, por meter mano en el cajón del pasado para buscar entre las pinzas oxidadas en ves de meterse con los DDHH del momento, con los retoños nuevos recién cortados. Para Caparrós la memoria es descartable y el tiempo es suficiente excusa para dejar morir al ahogado. No sabe, o no se da cuenta, que desenterrar el pasado es en realidad desenterrar el presente. Eduardo Galeano escribió en Las venas que “toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto futuro”. Caparrós, por el contrario, recuerda al pasado como visita un museo: Recorre, sala por sala, insignes estatuas sin gloria y descoloridas piezas de colección. Objetos mudos, objetos duros, objetos inofensivos. Dejen a la historia dormida, porque si despierta vengará a sus muertos, piensan muchos monos con anteojos. ¿Es el dolor de Lidia Papaleo descartable?. Por desgracia, los gusanos no hablan. ¿A cuántos delatarían?.

Perros mediáticos

Escuelas tomadas en Buenos Aires. Chicos en la tele, en los canales, aprenden a agarrar el micrófono y a nunca (¡nunca!) darle la espalda a la cámara. Dicen que las paredes se caen y que en invierno hace un frío de mierda en los dedos. Usan la metáfora de los salames colgados del techo. Dicen que Macri recortó el presupuesto para educación.

La tele se relame

Noticias frescas en la mesa del día. La izquierda los eleva como banderas de justicia, como emblema de la juventud emergente. ¡Juventud iluminada, futuro de la historia!. La derecha los tira de un empujón a la boca de los leones. Me tomo cinco minutos de mi vida para ver el programa de Eduardo Feimann. Repite una y otra vez una palabra majestuosa: Mentira. Lo dice por momentos en secuencias rápidas. Le hace una pregunta a un estudiante en la puerta del colegio tomado, el pibe le responde, patea el asado ideológico de Eduardo y éste, decidido, interrumpe con un grito: ¡Mentira!. Lo acabo de ver de nuevo en TVR. Lo volvió a decir recién.

Mentira

Usa la palabra con una inocencia espeluznante. ¿Pero mentira qué?. ¿Lo que le dice el pibe?, ¿mentira que no hay plata para los colegios?, ¿mentira que Macri subió los impuestos a los porteños y aún así no pudo hacer vaquita para arreglar el cielo raso de las aulas?. ¿Será la mentira que adula Eduardo la misma por la que Macri le dice José Luis a Jorge Luis Borges?, ¿o por la que le dice día de la bandera al 9 de julio?. La derecha grita mentira cuando la verdad le saca dos vueltas en la carrera política. Me pregunto si la escuela en la que Macri estudió se caía a pedazos. Eduardo obedece. Mauricio, en la soledad de su pieza, apoya la cabeza en la almohada. Teme. Los pibes porteños, sentados en los escalones de su escuela, reclaman lo que ilegítimamente les robaron. Los perros mediáticos, adiestrados, los rodean.

La sonrisa de la televisión

 
 
Prendo la tele: una sucesión de personas sonrientes miran a la cámara y dicen “yo sigo”. Lo dicen con certeza, convicción y satisfacción. Parece que están seguros de lo que están diciendo, especialmente la chica de los ojos verdes que sentada en la cama le revela al mundo una sonrisa emocionante. Uno diría que guardan la fórmula de una vida plena, ajena a las dudas, que siempre marcha hacia delante.
 
 
Yo me quiero casar, ¿y usted?
 
La frase no es menos contundente: “Yo sigo”. Pero ocurre acá que no se trata de una pequeña frase testaruda. Es más bien un decidido grito al destino, tan decididamente certero como un flechazo en la oscuridad. He aquí que la cosa no se termina en el punto final. La frase incita a una pregunta, nos desnuda y nos obliga a tomar partido: “Yo sigo. [¿Y vos?]”. ¿Se dan cuenta? Es como el combo de la hamburguesa y las papas, como don Quijote y Sancho Panza. Usa la misma lógica con que el inolvidable Roberto Galán nos preguntaba: “Yo me quiero casar, ¿y usted?. No es posible ser indiferente a una interpelación de esa naturaleza. O te querés casar o no. Fin de la cuestión. Con esta otra pasa un poco lo mismo. Me entero de a poco, como en cuentagotas, que Fibertel tiene la licencia vencida, que el Gobierno no se la quiere renovar, que me voy a quedar desconectado del mundo, que eso no va a pasar, que Clarín mafioso, que el pueblo los quiere ver muertos [guiño de ojo a la cámara], que Lidia Papaleo busca prensa para ir al bailando 2011, que los desaparecidos están en Miami riéndose de nosotros. ¡Paren un poco!. Tomo aire, me concentro y vuelvo al letargo íntimo de la televisión. Ahí es cuando aparecen estos rostros felices, jóvenes, rosados, encantadores. Difícil no llevarles la corriente. Yo, que estoy tímidamente sentado en la punta de la silla; ellos, inescrupulosamente coloridos. Claro está, hay una duda que me pica en la planta del pie. Un aguijón, quiero decir. Un hierro al rojo vivo que me quema desde el ´76. ¿Les debo algo?. ¿Le debo algo a Fibertel?. Yo pagué a tiempo cada una de mis facturas. Lo mínimo que podrían haber hecho, como lo hicieron con sus también sonrientes inversores de Estados Unidos e Inglaterra, era avisarme que su licencia podría expirar. ¿Ustedes siguen?. Yo no. Cuando la televisión sonríe, muestra los dientes.